vendimia2003






LA VENDIMIA MECANICA 2023

  LA COSECHADORA
Esa máquina del plateado lomo,
fiera metálica con gasoil en las venas,
que día y noche intercambia su cromo,
en teniendo repuesto de jinete y velas;
que avanza cansina la su faz vertical,
cual vulva recolectora abierta,
a horcajadas sobre la línea del parral,
al que abraza al entrar por su puerta
para engullir sus granos de uva,
bien azotados en cada lateral,
cortesía de la casa, que encuba,
ofrecida por su boca de canal
de largos dientes de fuerte varilla,
de criba ajustable, como parrilla;
como si se tratase de un prensatelas
que las cosiera a palos con sus muelas;
respirando complacida con la clica
por la fragancia del mosto que salpica.

 

Cruje a las viñas de espaldera;
lo hace parra tras parra,
fila tras fila, en hilera,
dando abrazos su garra
a las vides de la larga recta,
una tras otra, entre los cables,
por ambos lados, a la directa,
del tendido; manos como sables,
en tensión alambres y postes,
palpando con fuertes manotazos
sus senos no exentos de costes,
granados y turgentes, con lazos,
que cuelgan libres y desnudos;
descargándolos en la intimidad
de sus trompas de sones mudos,
en lesbianismo de amorosa edad,
en serie, siendo la viña un harén
e imaginan las hojas ser su sostén.

 

Esas hojas que son vestido de adanes,
que sirven para fajita de comida,
que sustituyen al bocadillo de panes,
marchitar se dejan en tierra tupida.

 

Y esta señorita del caminar corto,
que se contonea cuando cambia de fila,
que provoca de las viñas el aborto,
con cuyas uvas rellena su mochila;
señorita bajo cuyas faldas llueve,
por acto de conjunción copulativa,
forzado por su pluma de mango leve,
fábula de su gramática furtiva;
esta señorita que pinta sus labios
con la sangre que recoge de su pulpa,
obteniendo el maquillaje con agravios,
no se conmueve nunca ni se disculpa.

 

Y las cepas, a su paso, haciendo esquina,
se estremecen como Cristos en su cruz,
tiritonas vibrando de bailarina,
de sus entrañas vueltas a la luz,
las hojas que simulaban ser cortina,
de ganchas vaciados sus hatillos.

 

Quedan sin senos para lucir
firmes en su corsé de zarcillos,
único sostén que pueden uncir,
de simples cordones con ganchillos,
las parralas, atacadas de espanto,
con dulces lágrimas su faz en llanto.

 

Durante el acto, indoloro y breve,
pintan la tierra gotas de mosto,
testimoniando que lo que llueve
indicios son de sucio regosto,
de violación brutal, no consentida,
sufrida sin pestañear, con resignación,
en su frontera ancladas, con herida.

 

El flujo vaginal, en brusca formación
en el interior de la bestia cosechadora,
del mosto sangrado por los granos expoliados,
lo sube a sus matrices de elegante señora
por rampas escamosas de cadena sin vanos,
junto al resto de las uvas llovidas,
enteras o menguadas por la zurra,
solitarias o unidas en sus bridas;
entretanto, la aspiradora curra,
sopla y expulsa casi todas las hojas
que se invitaron al festín de la jibia;
la despalilladora, las ramas flojas
que se agregaron, atacadas de envidia,
y otras impurezas de la requisa,
separa, recolectando las uvas
en tolvas que bajo las alas guisa;
llenas, las volcará en mayores cubas.

 

Las hojas que se resistieron al vuelo,
habrán de ser filtradas a posteriori,
antes de encerrar, tras consistente velo,
con cantos funerarios de gorigori,
el masacrado producto de la cosecha,
en los oscuros tanques de fermentación,
enfrentado a su destino, plazo con fecha,
hasta abrir los ojos, devuelta la razón.

 

No sabe el huésped que está en primera fase
de su renacer como vino de marca
en embotelladoras de buena clase,
en bodegas que diluviarán el arca.

 

Si una seria avería la máquina sufre,
esta bestia cuya boca masca azufre,
de tener lugar en mitad del proceso
en que va seduciendo a las afectadas,
el monstruo naufragaría, quedando preso
en el ancho océano de olas emparradas,
debiendo ser reparado entre dos aguas,
ya que no navega ni a remo ni a vela,
ni puede abrir las alas de sus enaguas
para ir dibujando en el cielo su estela.

 

A la multitud que vegeta solitaria,
con pesos de entre tres a cuatro toneladas,
trabaja toda esta lustrosa maquinaria
de incansables elefantes de las manadas,
cuyos días tendrán su final, por digna muerte,
en el 'cementerio de los colmillos blancos',
prensado y compactado su esqueleto inerte
en bloques de chatarra sin líquidos charcos.

 

A fin de vendimia, ninguna volverá
para aullar de amor a la próxima luna,
buscando encontrar en el fruto su maná,
acabado el tiempo para hacer fortuna.

 

EL EMPARRADO
El emparrado, orgulloso de su fruto,
racimos de granos blancos, negros o rojos,
los pierde impotente, y ha de guardar luto,
en tan crujientes garras, cargadas de enojos,
que los arrancan sin piedad de sus raspones,
desnudando sus cordones umbilicales,
como raspas de sardina en sus pezones;
abandonados a toda suerte de males,
despreciados en los brazos de los troncos,
a pesar de que son ricos en taninos;
y mueven con la brisa labios roncos,
abanicados por hojas en sus trinos;
algunos granos rebeldes, inmaduros,
se columpian resignados en sus muros.

 

Viven con recogimiento, en soledad de a peso,
en grupos de a cientos, de a miles, incluso,
esas parras de espaldera, grito del progreso,
amarradas en líneas de un solo uso
que van recorriendo toda la quilla
bajo el justiciero sol, cuando brilla;
que reciben sus hojas implorantes,
traductoras de leyes dimanantes
que doblegan su energía luminosa,
en sus centros de formación vuelta savia,
conviertiendo las hojas en su esposa,
fermentados sus recovecos con labia,
alambiques ocultos que doman el rayo.

 

Al son de los virtuosos hilos de luz,
se tejen en la vid ubres de uva al tallo;
muchas veces, de las hojas al trasluz,
pámpana de verde uniforme su sayo.

 

Temerosas, siempre escrutan el cielo,
temiendo un pedrisco que las destroce;
mas, atrapa desprevenidas el duelo,
de la máquina con tan fuerte roce,
que lloran sus lágrimas bajo pañuelo,
sin poder evitar que de ellas goce.

 

EL OPERARIO
El conductor de la cosechadora
pinta como galopante vaquero,
que sube y baja la panza invasora
para no arrastrarla por el sendero;
y acaricia las uvas del parral
deshilachando a golpes sus pechos,
sentado en la cabina de cristal
con tapa de sepia y berberechos.

 

Tan valeroso y avezado jinete,
caballero de las extensas llanuras
de los viñedos de La Mancha, en brete,
trabaja soportando las calenturas
a través de los caminos de alambrada,
cabalgando recto y firme en su montura;
que, a su vez, cabalga espatarrada
por las filas de vides, sobre cintura,
sin prisa, en la línea, a paso humano;
debiendo saber dominarla en su marcha
para que no se desvíe de su plano,
experto domador de llanos de La Mancha.

 

Sentado en su cabina acristalada,
sus pies no pierden nunca los estribos;
con rumbo nunca a la deriva nada;
no es payaso en caballo de tiovivos,
sino el amo, el único que se atreve
a soltarle azotes al árbol perplejo;
siendo así que es su deber, y hacerlo debe,
desvirgar a las cepas por el hollejo.

 

De la acción, el único miembro es él,
que disfruta del apaleo vibratorio
que da cuenta del indefenso plantel,
en reserva, anclado en su territorio,
al que buena tunda de palos propina,
estremeciendo el revolcón toda la hilera.

 

Siente un placer que en sus ojos se adivina,
no es un payaso en su caballo de madera,
mientras se pasa el emparrado por el forro
de su cadena de transporte en sano corro.

 

En llenando sus tolvas, las descarga en volquetes
que llevan el producto a la bodega,
donde se comprueba el grado y pesan los fletes
tras el turno en las colas de la siega.

 

LA VENDIMIA
Como se ha indicado, en este proceso tordo,
no se usa el corte de la vendimia tradicional,
transitando la máquina con ronroneo sordo;
se aplica un golpeteo directo, pasado su umbral,
por la lìnea del frente, sin púas las alambradas,
que serían como espinas en un calvario de cruz;
habrán de resucitar como vino, en riadas,
como los sarmientos sepultados paren a luz.

 

En próximas vendimias, duda no cabe,
las seguirán cortejando, a las bravas,
estas máquinas insaciables, de llave,
tan ansiosas ellas de esquilar sus lanas;
pero estos lobos no se comerán las uvas
que son de fin de año, tomadas a mano
con todos los cuidados, sin echar en jubas,
envasadas y vendidas, de aspecto sano.

 

LA COSECHA
Y si la cosecha no se ajusta al grado
que marcan los técnicos de la bodega,
monarcas de la jungla del mosto alado,
profetas que hacen de los caldos la siega,
con denominación de origen las gavillas,
antes que obtener un saldo en negativo,
les valiera más sentar el campo en sillas
y se pudrieran las uvas con motivo;
para mosquitos tigre, cuervos y conejos,
fiesta en farra, satisfechos del banquete.

 

Los viticultores se quedan perplejos,
cuando pierden su trabajo en el tapete,
llevando la incertidumbre por camisa,
temiendo perder hasta las cortas mangas;
se ha borrado de su cara la sonrisa,
se aprovechan de su fruto como gangas;
una mano rancia les aprieta el cuello,
la avaricia de este mercado tan voraz,
precisando de una talla con destello
que les advierta del trabajo ineficaz.

 

LA VIÑA
Levantadas a base de pulgares y varas,
luego a luego, echarán las cepas el cierre,
desprovistas de pámpanas sus nudosas claras,
y dormirán hasta que el sol de nuevo hierre
en el horno sus herraduras de forja;
en tanto, se llenará en sus pies la alforja
con las hojillas que ya dejaron de latir;
corazones que el otoño mira avieso,
de cuclillas en su madriguera de zafir,
menguado el sol, tras los cortinajes preso
de los finales de la agonizante tarde;
ocres, anaranjados rojizos y morados
serán sus colores, por mucho les resguarde.

 

Como el horizonte en sus ocasos oxidados
se volverán sus colores, luego a luego;
y brotarán de nuevo sus caracoles
llegada la primavera, con sosiego,
e irán bordando la parra de faroles;
y al reverso de las hojas pondrán sus notas,
cobijadas de lejanos rayos y gotas.

 

Trabajará toda la plantilla al sol,
su sueño arropado en los sudores del solano;
y se gestará su fruto en el crisol,
tendida como en un secarral, en el verano,
arraigada, sin poder darse la vuelta;
de la lluvia rogando encontrar alivio
para lograr de tal pena ser absuelta,
gozosa al croar escuchar del anfibio.

 

Ya, en un no lejano futuro,
se imprimirán las uvas con tinta,
merced a la ciencia del conjuro;
las cuales tendrán tan buena pinta
como el vino de las bodas de Caná,
que no diría nadie hechas en 3D;
y se tomarán en cada 'campaná'
para bautizar los años con buen pie.

 

© Diego Tórtola Descalzo 2023


 

LA VENDIMIA MECANICA 2020

 

La vendimia ya está en marcha,
y la mecánica impera
para hacerse con la gancha
sin quitarse la pulsera,
cabalgando en armatostes
que de caucho son sus ruedas;
cuyas tripas rascan postes
con alambres que son velas
por las que navega el timonel
con rumbo fijo para sus redes
que rascan grano de las paredes
procurando acariciar su piel,
de amorosos roces digna,
por, si hay herida, que se lape,
para que el mosto no se escape;
y, si no, pues se resigna.

 

Este monstruo de metal,
sin quererlo, traga hoja,
no lo puede evitar;
aunque su soplo vital
la mayor parte arroja
por la popa, sin piedad;
que no se mezcle con la sopa
de granos de uva, ¡digna tropa
de la santa humanidad!

 

La cosechadora sigue,
plagio del ferrocarril,
el rastro que le marca,
liberándolas del ligue,
llevar las uvas al arca,
que son sus alforjas chepas,
entre regimientos mil.

 

Por las ingles embocada
en el raíl de las cepas,
con un vagón en cada grada,
que son tolvas, si te pones,
repletas de ricos sones,
así vendimia, ¡y me agrada!

 

Hábiles dedos sin sortija
(de la máquina, no de manos
con tijera limada con lija),
ordeñan de las parras granos,
en tropeles, a montón,
con melodías de acordeón.

 

Las cabezas caen al plato
sin segarlas la guadaña,
sin derramamiento ingrato,
con suma destreza y maña.

 

Cuando el visor de carga se ciega
en su madre descargan el lote,
una tolva de mayor escote,
para que las lleve a la bodega
donde desangrarles su dote;
menos la solfa derramada
del pueblo en todas las calles,
sin que se le oyesen ayes,
por no llevar compresa alada,
con un rugir de mil demonios;
a la Cope de los Antonios
o, siguiendo otros caminos,
al Club Selecto Vitivinos.

 

Bodegas particulares
todavía queda alguna;
en todas hacen fortuna
en colmando sus lagares
con el fruto de las cepas.

 

Y también quiero que sepas
que, en estas casas de acogida,
en incubadoras se gesta
que el vino haya grata vida
y se prodigue en buena fiesta,
que nuestro placer será doble.

 

Como señal, ¡venga un redoble
de tambores de batukada!,
para que el caldo se anime;
que, en oyendo, no se enfada,
en controlada temperatura,
para dar a luz en sala oscura;
que, estando alegre, no gime.

 

La denominación de origen 'Manchuela'
en todos ellos está a mano,
y mucho camino recorre su suela
que hasta se bebe en el Batikano.

 

El vino la cabeza saca,
de las alabanzas que escucha,
desde su agradable hamaca
que en alcoholes se ducha,
y en burbujas con euforia
que chispean como una noria.

 

Eco de palillos se advierte
durante el secuestro del fruto
que en depósitos se invierte;
donde cuenta su peso en bruto,
al interés que marque el grado,
con fidelidad de enamorado.

 

Las negociaciones no están rotas;
ahora que los cargos anotas
con un sentimiento de orgullo,
con la vendimia en todo lo suyo,
te entra el pánico si notas
que del cielo caen dos gotas.

* * *

El vientre de la cosechadora
eclipsa los granos en un pis pas,
con unos siete metros de eslora
y los motores a todo gas.

 

Se desgranan los racimos
que seduce con sus mimos
y el golpeteo de sus costillas,
cayendo en cinta con petate,
a base de buenas cosquillas;
donde las hojas protectoras
que acudieron al rescate
se soplan con ventiladoras.

 

Vibrando con mucha pasión,
recoge el fruto con esmero,
sin descarnar su corazón,
desprendido de su liguero.

 

Hierve su sangre al sol,
el horizonte se descompone;
por la noche no hay sopor,
el rugido se lo come,
iluminado por sus focos.

 

¿Están los aparatos locos?
¡Ni a oscuras cierran sus ojos!
Hasta la luna limpia sus mocos
en pañuelos de labios rojos.

 

Estos depredadores no dan tregua;
sólo firmarán la paz
y abandonarán sus 'poles'
cuando oigan en la media legua
el gorjeo de la torcaz
que adormece a los pastores.

 

Otoño prematuro de las hojas
jubiladas por despido improcedente;
la máquina pudo con las flojas,
que ni se les pasaba por la mente.

 

En la tierra, que será su fosa
cuando se apague todo su aliento,
cada una de ellas reposa
esperando que las mueva el viento.

 

¡Las que dieron suministro
sin permiso de Iberdrola,
suplantando con su mixto
la luz pinchada a cola!

 

¡Las pámpanas!, las baterías
recargables sin enchufe,
que aliento dieron muchos días,
con calor que a muchos cruje,
¡en desorden por el suelo!,
sin poderes en activo,
apagadas de su celo,
yacen muertas sin recibo.

 

Un adagio se levanta
con lastimero timbre,
a los pies de cada planta,
tanatorio al aire libre...

* * *

La máquina las filas recorre;
a todas debe pasar lista;
las mastica la embutida torre,
sin dientes, sin dañar su vista.

 

Con un redoblar de tambor
en fa sostenido menor,
granos saca del parvulario
tras un masaje de temblor,
como a topos de un armario.

 

Entre contracciones nace el fruto,
tras un batido vigoroso;
cada cepa se entrega al luto
nutriendo bandejas sin reposo
por este hurto con acoso.

 

Han amamantado en muchos soles
como para decirles: ¡Que te olvides
de tus uvas doremifasoles!,
¡oh, parra, reina de las vides!

 

El racimo trompetero
desgrana sus notas:
van cayendo como gotas
de un aguacero,
en la cinta dando a luz,
destinado a incubadora;
se adivina al trasluz
que es de aguas rompedora.

 

Todo este, de uvas un tropel,
que hará delicias de un tonel,
sube hasta sus espaldas hucha
por la cinta de la garrucha.

 

El escobajo, solitario
queda en su rama,
parece ahorcado;
los llama,
pero la línea le han cortado;
quedó en blanco la partitura,
se ha quedado sin sus notas,
y baila mecido en la holgura,
todo desnudo, sin botas,
en la más absoluta miseria,
como un espantajo de feria.

 

Desde su cabina imperial
de transparentes paredes,
disfruta de este carnaval,
en su trono de cristales,
que habrá de calmar las sedes
con pensamientos inmortales,
el operario conductor
que al volante guía sin temblor
la bestia que devora
sin hacer la digestión,
pues es admiradora
del motor de combustión.

 

Preciados granos de uva
que le suben por la barriga
para embarcar en la cuba,
a cuyo destino se liga
de mudanzas y transbordos,
música de tonos sordos.

 

Estarán siempre presos
hasta seducir con sus besos
bocas que hablen sin cables,
con sabores formidables.

* * *

Catamarán de tierra firme
que navega anclado al surco,
sin velas para desdecirme,
con movimiento terco y pulcro,
cabalgando la hilera de cepas,
rectas líneas de imposibles zetas;
con su proa rompiendo olas sueltas
con las gotas de uva que requisa,
surtiendo de espuma las tuercas
y hojas que se acunan con la brisa,
con sus espuelas dando azotes
mientras pesca para otros mares,
que poseerán sublimes dotes,
esquisitez de paladares,
hallando en toneles su reposo
como abrazos de amante esposo.

 

Autopistas de catamaranes
recolectores de tierna uva,
que de las viñas son panes,
seductoras para su cuba.

* * *

Doblen las campanas a gloria,
y con bien concluya la historia;
con sus platillos con tapas
prensando sus muchas capas,
y el hollejo con trombón,
pues al vino da color
y le confiere su aroma
cuando en el mosto macera,
obteniendo el punto y coma
en esta labor primera.

 

Infusión en su propio jugo,
en cómoda temperatura,
sin bolsa que sea su yugo,
¡el vino tinto es la locura!

 

Una infusión a fuego lento,
de vino, ¡mi tormento!,
se arrebuja en mis papilas
y en mi boca en cien esquinas.

 

De sus restos se elabora,
con destilación muy lenta,
un orujo de señora
con muchos grados de renta
(puede rondar los cincuenta)
y una lengua seductora.

 

De la pulpa sale el mosto,
en el fermentado clave,
en proceso no sin costo,
con el tiempo como llave.

 

Aqui, con dulces acordes
de una exquisita lira,
no sobrepasan los bordes
las fiebres que respira.

* * *

A todos llega su cargamento
que les hará 'prensar' un poco,
sin estrujarse mucho el coco
ni pasarse en el tanto por ciento,
en la sentencia puesto el foco.

 

Deben concentrarse en su defensa,
sin descartar nada que no sobre,
para conseguir un caldo noble,
con una buena rueda de prensa.

 

Se ha de procurar que el detenido
en los lindes del viñedo
no se convierta en forajido,
con presunción de inocencia cero,
aunque tampoco sea un cordero;
y se le quiten las esposas
para ser, de tintos o rosas,
un vino serio, que plante reto,
poniendo en valor su peso neto.

 

Ha de ayudársele en su calvario,
aunque sea de negro azabache
o se pinte de fornido ario;
pues, que se escriba o no con hache,
sólo depende de su sudario.

 

El fermento al mosto cambia de camisa
en proceso contra la Ley Seca,
cuyos azúcares el juez requisa,
dictaminando que no se peca;
aunque observa indicios de delito,
con la prisión incondicional
fijando la pena del proscrito,
hasta que sea puesto en libertad
con el pago de una fianza justa
para el paladar del que degusta.

 

Ni encoge ni se puede estirar,
se transformará el mosto en vino
en su encierro prisionero,
a oscuras, lo quiere su sino,
y lo hemos de acatar,
no cabe ningún pero.

 

Tiene tiempo por delante
para vestirse en buenas prendas
e ir modulando su cante,
para alegría de las haciendas.

 

El fiscal presentaba cargos
para detener a la levadura,
pero tenía los pies muy largos
y escapó sin perder la compostura.

 

Esperemos que este cara de vinagre
no obtenga una orden de registro,
meta las narices de ministro
y algún dulce lote nos amargue.

 

El abogado de oficio
aconseja en estos casos
hacer uso de los vasos
para calma de su vicio.

 

La cosecha de este año augura
unos caldos con mucho aroma,
que serán de paladares cura.
y no les faltará una coma.

 

¡Que no te engañen!: Si tiene pitorro,
se toma en los hogares por el morro;
mas, si hay tapón en orificio,
lo sirven restaurantes con oficio,
en siendo vino de crianza,
reserva o gran reserva.

 

Entiéndase la jerga,
si la caja lleva grifo,
varón será, ¡y castizo!,
el que incline la balanza.

 

¡Loor!, ¡tintos formidables,
de Quijote con su lanza;
vinos rosados y blancos,
a juego con Sancho Panza;
que reposan en los bancos
de las inimitables
cooperativas de Villamalea!
¡Chúpese los dedos quien lo lea!

 

La sentencia dictarán jueces sin toga,
sumillers de cata ancha y poca soga.

 

¿Quién dará carta de libertad
al vino de San Antonio Abad?

 

Caldo de buen grado y calibre
que al descorchar será libre
y nos deleitará en una copa
que en nuestros labios se arropa.

 

¿Quién dejará libre de cargos
al de los pantalones largos
(Vitivinos, para más referencia),
cuyas obras merecen reverencia?

 

Vino, de muchas madres hijo,
en muchos vientres cobijado,
que nunca tuvo un puesto fijo;
y no por eso muestra enfado,
pues la prisión lo ha modelado.

 

La cárcel les ha puesto precio
y les ha dado personalidad,
un carácter grato y recio;
al pupilo del Antonio Abad
como al ahijado de Vitivinos,
viajeros por mil caminos.

 

Su metamorfosis es única,
y en todas partes encajan;
basta con descorchar su rúbrica,
o el grifo abrir de su caja,
para apreciar su buen paladar;
con amigos, ¡placer es brindar!

 

© Diego Tórtola Descalzo
© 11 de Febrero/12 de Agosto de 2020


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