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El autor:


23 Agosto 2007:

Este relato ha sido concebido por Pimentel del Piquillo, natural de Villamalea (Albacete), durante el verano de 2007

Indice poemas...

Más información:


Dedicado a Salvatore, excelente jugador de ajedrez; en jaque mate por desequilibrios que su mente no controla...

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- Web del diseñador

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Entre cuadros blancos y negros,
Caballos, Reyes y Damas,
de conocer se abstiene suegros
y palparse blandas mamas.

El tablero de su mente
ha sufrido una emboscada
por guardarse la simiente
en la flor de la cascada.

Su caballo va por libre,
y con la Dama fornica
tras un salto de tigre
más que de borrica.

Están en zona blanca;
la Dama es de marfil,
y él con su potranca
le tira del pernil.

La injusticia del reloj clama
que se ha saltado la regla
por prescindir de regia cama
y el negocio estar en quiebra.

Su Caballo es de Abengibre,
casilla blanca, casilla negra,
con patas de grueso calibre
saltando en el tablero cebra
sobre la blanca bella Dama;
la de, en todos los sentidos,
antojos fuera de programa
y ocho peones desvalidos.

Su Rey está en el IMSERSO,
la Dama en salto de cama,
ansiando aumentar el censo
con el Salva en su pijama
en Caballo de Herrumblar.

De cama sirve el tablero,
de la Torre en el pajar,
para jinete lancero
con 'mojones' un buen par.

Al Rey lo tienen en jaque,
no dejando que se enroque,
permitiendo que se aplaque
entre el hierro del estoque.

Esta partida es un sueño;
la negra Dama tiene celos
de la del pelo trigueño,
inundando sus finos velos
con lágrimas de sobrevela;
la negra Dama está triste
añorando su prieta espuela
y su estampa lanza en ristre.

Dama negra, Dama blanca,
¿por cual te partes el pecho
sin temer quedar sin blanca
y dormir al raso, sin techo,
desprovisto de arma blanca,
desarmada mano y manca?

¿A cual le confías tu vida
desarmado entre sus brazos?

¿A la de ambición desmedida
con la que eres calzonazos,
de hipnóticos ojos azules?

¿A la de pelo azabache
embutida en negros tules
de labios de guirlache?

¡Salta caballo, salta,
muda de casilla y jaula,
pues nadie te hace falta!

De lo tuyo enseña en aula
sin ir 'ligero de casco';
no te rompas la cabeza
por caer desde un peñasco
intentando cobrar pieza.

No desprecies, te lo anticipo,
a tu adversaria menos guapa,
¿sabes?, por no ser de tu tipo;
no sea que te gane la capa
con un certero jaque mate,
burle tu sublime estilo
y acabes loco de remate,
serio aspirante al asilo.

Tu privilegiada mente
se puede fundir de plomos,
sin esperar, de repente,
por cavilar tantos cómos.

¿Flirtea la Dama adversaria
queriendo yacer en las tablas;
o la pensión pecuniaria
a cosquillas busca en tus barbas?

¿Y tu propia Dama,
la que no es de tu tipo,
pretendes que lama
donde guardas el pipo?

Deja de comerte el coco
y derribar pequeñas torres;
y grita hasta quedar ronco,
que de tu mente todo borres.

¿O en las Tablas de Daimiel
te buscan la Diagonal
pregonando a flor de piel
las dulzuras del panal?

¿O tu Rey de andar recto
te parece un maniquí
al que pagas el rento,
por su paso al ralentí?

La Dama se descoca
por las largas pasarelas,
besando por su boca;
con elegantes pamelas
y vestidos de moda.

A sus pies no se resiste
de caer bajo la poda
ningún contrario ni quiste.

Toda pieza se arrodilla
ante tan preclara nobleza,
como trigo para trilla,
si en su camino se tropieza.

Pero peligro también corre
si descuida sus encantos
en los espejos de la torre,
ante peones echacantos,
caballos voladores,
sotas de canastos,
reyes pidefavores
y Damas de fastos.

El Código de la Circulación
se pasa el Caballo por el forro,
aparcando con cascos de tacón
y saltando normas por el morro.

El Rey también tiene la gota,
se mueve paso a paso;
perderlo es la derrota,
su muerte es el fracaso.

Campanas faltan en la Torre
cuyo reloj un poco atrasa;
y por el horizonte corre
en ángulo recto que abrasa
la trasera de quien atrapa,
atravesado en su camino,
al suelo pegado con grapa,
brazos en aspas de molino;
se lo cepilla y da un toque
cuando se pone las medias;
con su Rey se presta al enroque,
mejor sin nadie entremedias.

De través camina el alfil,
nunca por distinto color,
siempre mostrando su perfil
de galán de cine de amor.

Hombre ni recto ni justo;
perseguido por las Damas,
después de darles disgusto,
e inflamarlas en las llamas.

El Caballo no le aprecia,
de celos por su rango;
jefe de la escolta regia,
y correr como un galgo.

La Torre le tiene ojeriza
y le busca las cosquillas
con la dentadura postiza
que corona sus costillas;
cuyo mellado diseño,
todo de muelas alternas,
obra del zascandileño,
le traba las entrepiernas
por ser más propio de molino
que de fiero contrincante,
al que falta el oro divino,
no ganas de echarle el guante.

Entre la Torre y el Caballo
tampoco reina la entente
por pisar la una el callo
del que mea como una fuente.

Ocho peones por banda,
en fila, de parte a parte,
protegen al que manda
y a su Reina y estandarte.

Como chusma de villanos,
nunca matan de frente,
aparte de ser enanos
sin dos dedos de frente.

Pueden llegar a nobles
si hasta la casilla octava
aguantan como robles
y nadie su tumba graba.

Pero son carnes de cañón
en la sangrienta refriega,
entre blanca y negra legión,
que muchas cabezas siega.

Peones hay que van sin blanca,
otros salen del armario
hipotecados en banca
por el ciento del salario.

Alguno va por si algo pilla,
interesado en el saqueo
de toda aledaña celdilla,
y conseguir algún trofeo.

Ocho peones en fila,
en la partida, al inicio,
divisa la pupila,
dispuestos al sacrificio
por el botín de la guerra,
a cada lado del tablero;
y repartirse la tierra
con la fuerza de su acero.

De negros peones desfile
es síntoma de duelo
por algún correveidile
al que le ha caído el pelo.

Si es blanca la comitiva,
es por alguna boda
entre un galán y una diva,
blanca y negra la coda.

Toda pieza comida
es sacada del tablero
con salvas por su vida
y honores de guerrero.

Si es una pieza vital,
se le rinde homenaje
con la tuba y el timbal,
vestido en su mejor traje;
pero si de un peón se trata,
por su virtud y coraje,
pues no huye como rata,
ya que nunca retrocede,
se le toca la corneta,
misa en la Santa Sede
y una esquela en La Gaceta;
incluso a peones en paro
que no han dado ni golpe
se les honra con disparo
que los silencios rompe,
pues despedirlos es de ley;
sólo pueden ser comidos
por hordas de distinto Rey,
arrancados de sus nidos.

El Caballo los machaca
obrando a salto de mata;
con herrajes en la flaca,
catorce coces por pata.

La alta Torre los masacra
con lluvia de hirviente aceite,
que enloquecen de psiquiatra
sin que canten de deleite.

El 'alfiler' los inserta
en sus agujas de media;
como cosa más que cierta,
de lujosa enciclopedia,
si ocupan su mirador
de medio ángulo rectal;
pasillo blanco el de Melchor,
negro el de su par Baltasar.

Por los encantos de la Reina
perecen seducidos peones
de las cuadrículas que peina
con sus turgentes pezones.

El Rey con su pasito,
¿será de la casilla
del lindo clavelito?,
mientras la Dama se cepilla
a 'to' quisqui que se cruza
con sus andares de guindilla,
sin mediar escaramuza.

¿Este Rey... ¡tan miriñaque!,
de todo el tinglado base,
al que buscan darle jaque
por el dorso, con engrase;
será consciente de su atractivo?

Protegido por sus guardaespaldas
intenta salir del lance vivo;
¡para sus valientes las guirnaldas!

Si llega a quedarse viudo
en el devenir de la batalla,
pierde su mejor escudo
y puede herirle la metralla.

En tal estado de cosas,
se recluye en su castillo
atrapando mariposas
con la flor del canastillo;
o elefantes de espesa selva
con escopeta de gatillo,
gatillazo, para hábil perla;
hasta que el contrario le jubile
o vuelva triunfante su séquito
con bombos de victoria, desfile
y vítores de alegre estrépito;
a los hombros el gambito
y el dulce de la gloria;
y cabezas de chorlito
con palos y zanahoria.

Si quedan Caballos bayos,
o del color del hollín,
desfilan como rayos
por el serpentín.

Las Torres que no han caído
en el fragor de la batalla
desfilan con rugido,
el sol aumentando su talla.

Los alfiles vencedores,
señoritos de postín,
con trajes multicolores,
se van tocando la crin.

Los peones tocan la orquesta,
cerrando la comitiva,
orgullosos de la gesta
y de la sangrienta criba
de las filas enemigas,
gracias al gambito de Dama,
atraganto de barrigas,
ataviada en salto de cama
de inusitada transparencia
y collar perla esmeralda,
para resaltar la turgencia
de los pechos que respalda,
de cegador encanto horno;
y cuartos traseros
de voluptuoso contorno,
sin trazas de peros,
¡para quitar el hipo!;
y su boca que besa,
de goces anticipo,
de deleites promesa.

Esa Dama en gambas,
rubia como el jazmín,
exquisitas ambas;
¡¡excelente botín!!

¡Ese tentador gambito
con que saciar los instintos
y calmar el apetito,
borracho de vinos tintos;
ni de lejos marchito,
en todo su embrujo,
invitando al delito,
ebrio de orujo!

¿Sería ilusión óptica
la que condujo a la derrota
de forma catastrófica,
con toda la defensa rota?

Para el caso es lo mismo
si la visión fue real
o se trató de espejismo
de la Dama rival,
Reina de la corte en liza,
de los dioses hechicera;
engañando en blanca tiza
el color de la bandera.

Con sus ligas de rojo satén
y prendas de invisible tacto,
muchos cayeron en la sartén
queriendo consumar el acto.

Era engañosa la tregua,
sin pacto de alto el fuego
rubricado sobre yegua
de cortés palaciego.

Con su cuchillo en la media
muchas gargantas sajó,
y piernas para ortopedia,
a las luces del plató.

Ni el Caballo a cuatro patas
se huele el pastel;
los raja con su abrelatas
y ¡al carrusel!

La Torre da más trabajo;
pero si alza su portalón,
entra y la parte de cuajo,
al pillarla en cueros pichón.

Tratándose del alfil,
entre varón y lesbiana,
su trabajo es más sutil,
pues tira a pelo y a lana.

El del mirar bizco
es un galán depravado
que cata el marisco,
la clóchina y el pescado.

El sueltacoces
y la Torreta de Miramar
son piezas feroces
en su momento estelar.

El primero te monta
si su salto no calculas,
en una errata tonta,
con sus patas dando bulas,
tan blancas como el mirlo.

La segunda domina el pasillo;
y, todo hay que decirlo,
le gusta reluciente y con brillo;
manteniendo la perpendicular
negra, de su propio molinillo,
como cielo de estrella polar.

Los peones hacen cola
del tablero en la esquina
y son la merendola
de la Dama en la cantina.

Es un juego como la vida:
Algunos tienen más rango,
otros tomada la medida
y la sartén por el mango;
los demás, en el caldero,
pugnan por salir a flote
y resguardar el trasero
de cualquier posible azote.

Si la Dama está con el caballo,
con la jeringa en el brazo,
puede originarse un Dos de Mayo,
para blancas batacazo.

El Caballo de Copas
a la Dama camela
y arrebata sus ropas,
con botas con espuela;
sobre sus lomos alzada,
como de guerra trofeo,
con derecho de pernada
(o más bien de pataleo);
maniatada en el potro,
en exótico rodeo
como no se ha visto otro,
aunque decirlo esté feo.

El Caballo de Espadas
siente en sus lomos la faja,
montada a horcajadas,
de la Dama regia y maja;
en su diestra mano el filo
de su punzante navaja,
la cual cose más que el hilo
en vestido de mortaja.

Es el Caballo de Bastos,
especialista en secuestros
para las Damas de fastos,
como para toros diestros.

En cuanto las tiene a tiro,
les atiza su garrote,
pasaporte de suspiro,
de bello sexo lote;
sin que valgan prendas,
excusas ni demoras,
para las moliendas,
arreglos y mejoras.

El Caballo de Oros,
potentado de banca,
acaparatesoros,
a la Dama sin blanca,
sin reparar en sus lloros,
sin miramientos deja
tal como al mundo vino,
servida en bandeja;
¡malvado el equino!

La Torre del Oro,
de almenas doradas,
de damas decoro;
gemir de quijadas
en sus brasas de lumbre,
los ojos de la codicia,
por mirar en la cumbre
con acusada presbicia
los lingotes de sus muros,
de diecisiete quilates,
ensamblados en conjuros
de potentados magnates.

La Torre de Copas
y Dama en combinación,
obsequian a las tropas
con su ansiado revolcón
en el fango de la paja;
con caldo de vino de porrón,
de envejecida tinaja,
en tan compartido colchón.

La Torre de Bastos combina
con el alfil de negro pasillo,
y pone la piel de gallina,
feroz ataque de picadillo
contra la Dama rival,
con su Rey en plena yunta,
sin faldillas y sin chal;
¡¡los pelos pone de punta!!

La Torre aceitunera, de Espadas,
está pinchando las sinhueso
en una espectacular redada
de las de ¡¡toma y tente tieso!!,
en combinación secreta
con su Torre pareja;
guiando la Dama veleta
sobre almenas sin teja.

De ambas Torres el pasillo
todavía es en blanco y negro,
de cine de sobaquillo,
con alarmas de cencerro.

Si le sacaran los colores,
todos los del iris arco,
y los perfumes de las flores,
¡¡sería cuadro para marco!!

Cada salto del Caballo
le lleva a poner los cascos
sobre diferente cayo
y color de los peñascos;
de albino a tostado,
de tostado a clarete,
de tinto a nevado;
sin trampas su jinete.

Un peón de boca pequeña
de una Torre hizo ingesta,
jiñando adoquín de peña,
como gallinas en puesta,
para su Rey y Dama blanca;
un peón de apuesta figura,
obediente cual palanca,
cuya lealtad en Biblia jura;
adoquines para blanqueo,
si los miro no los veo.

Ascendido a Torre, de rango,
por su elevada gesta,
los beneficios del fango
en Suiza duermen la siesta,
en la varita del Hada.

Esa Torre acongojada,
faro para su Rey,
Luna para su Dama,
que se salta la Ley
que defender proclama,
teme al negro enemigo
que se lidia en la plaza,
abundante como el trigo,
carne para mordaza.

Pero que no se descuide
y vaya a quedar oblicua
frente a peón que le pide
el guión de la película.

No puede cometer un error
que ponga su trono en jaque,
en la mira de la tricolor,
que de la falta haga saque
de banderas a la calle,
vigilada por el Torreón,
que debe evitar que estalle
del pueblo la revolución.

Por matar pieza de marfil,
sin comerla en el bocata,
tan sólamente por que sí,
puede usar como cayata
su regio y noble cetro,
antiguo bastón de mando
con que rascarse el retro
y todo el conjunto blando.

Para adorno de su ego
largos son los colmillos
que busca el Rey Negro,
para desgracia de niños,
de esta especie gigante,
a la que atacan furtivos
por detrás y por delante.

En desliz con Dama aria,
para dárselas de hombre,
ha sufrido de urticaria
en sitio que no doy nombre;
queriendo exhibir de trofeo
lo que es desvergüenza pura,
de poco caballero, creo,
una vena de locura.

Por montar en zona púbica
con Dama de signo contrario
le puede saltar la República
como Caballo arrendatario,
con Orden de Desalojo
del Teatro de la Zarzuela.

Ha podido acabar cojo,
ha debido perder muela,
la del Juicio casi seguris;
y para sus ojos colirio,
por torcerse el renglón del pubis
al querer columpiar su cirio
en escopeta de dos cañones,
regalo de un traficante
sin dignidad ni religiones,
con mano de indigno guante.


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© Pimentel del Piquillo, 23 Agosto 2007