Soy forastera en mi tierra;
me conocen ya tan sólo
las víctimas de la guerra
de este vivir carambolo,
las 'juventudes sin muelas';
las de la sala de espera,
que se van a cuatro velas
tras derretirse su cera;
quedándose su garrota
en cualquier rincón oculto,
a la espera de devota
a la que el bien insepulto
venga como al dedo anillo
o acabe pasto de llamas,
como las ropas polvillo
y las fundas de las camas...
Para el difunto... ¡¡olvido!!,
según la Ley de la Vida;
¡y ya muchos han nacido
para curar esta herida!
Formamos la cuarta edad,
entre primas y vecinas
(muchas en la viudedad),
'tantísmas' como sardinas,
en nuestra época invernal.
Nuestro pelo se ha hecho nieve,
nuestra boca más frugal
y sin dientes de relieve.
Cuando subo por la calle,
por la compra o por el pan,
reconozco mucho talle
de mi juvenil desván;
hoy venerables ancianas
plagadas de años y artrosis,
tomando 'Sintrón' sin ganas
y de otras pastillas dosis,
para poder ir tirando.
Ahora las veo con sudores
y en Invierno tiritando;
ropas de pocos colores,
donde el negro predomina,
con andares vacilantes
y en los ojos la neblina.
Besos nos damos punzantes,
indagando cómo estamos
nosotras y nuestros hijos,
y sus nietos como gamos,
verdaderos regocijos.
Todos los años sucede
este mismo encuentro grato,
cuando al pueblo vengo adrede,
cada Agosto, de inmediato,
con permiso de la 'fábrica
de jubilados en paro'.
Y siempre pierdo una lágrima
de mis ojos, sin reparo,
cuando se acaba el permiso
y retorno a mi destierro.
Un dia volveré al Paraíso,
cuando repiquen mi entierro
campanas con gordo badajo,
forjadas en vibrante cobre;
para manos untas en ajo,
que no de sobornos en sobre.
Cuando tiren de la cuerda
que haga repicar su pena,
se me abrirá en par la puerta
que es del cielo Luna Llena.
© La Virgencilla, 14 Agosto 2005