Enjuta figura, Sidoré,
encargado del suavizante,
retorna ligero cual corcel,
pues le resulta muy cargante,
buscando el carro de la compra.
De su peso todo lo ignoraba
(lo bien que suena cuando nombra),
siendo como cinco kilos de haba
para sus enflaquecidos brazos.
Le resultó la compra en dos plazos
y una pequeña reprimenda
por parte de la mandataria,
que admite que tal peso penda
de sus brazos 'como urticaria'
sin que su cuerpo se resienta.
Para resignación mayor,
más productos había en la cuenta
encomendada al buen señor,
al cual había que elevar al trono
como San Sidoré del Olivo,
mártir, de los recados patrono,
aún a pesar de que siga vivo.
Y no le nombramos Papa
por esa fumata blanca
que de sus labios escapa;
vicio de colillas, tranca
para un cuerpo en pura dieta,
antes pura metralleta.
LA TEODORA
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Calle abajo, calle arriba,
con tesón, sin proferir queja,
en los ojos chispa viva,
la Teo impone su madeja
con pasos de esperanza,
vitales para su jaca.
Que detengan la lanza
que la llevan a la saca.
Que no puede cejar, sabe,
gran luchadora, en su empeño;
o zozobrará su nave
en los arrecifes del sueño
de los eternos corales,
hundida en la deriva,
libre de todos los males,
entre las olas diva,
olas de verde oliva.
-¡Anda derecha, leche,
que pareces una vieja
sardina en escabeche!-
de recordarle no deja
Sidoré a su anciana esposa,
cuando salen de paseo
por la calle de la Rosa-
¿¡Eh!?,¡si te suelto un meneo!
© Pimentel del Piquillo, 5 a 8/Agosto/2006 15:56 PM