LOS ARBOLES DE MI ENTORNO

la siega



CANTO AL PINO PIÑONERO
AGUJAS DE PINO
BRINDIS A LA PARRA
EL ALMENDRO
EL PISTACHO
EL OLIVO
LA ENCINA
LA HIGUERA
EL NOGAL
EL CHAMPIÑON SIN RAMAS

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CANTO AL PINO PIÑONERO
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En el monte, el paciente pino se yergue;
su aroma a resina bajo su sombra nos perfuma;
dardos al viento pingüe, agujas de verde
al pino piñonero merman del calor que rezuma.

 

El paciente pino se alza en el monte
con sus dedos de aguja cosiendo el cielo,
con su silueta dibujando el horizonte;
destacando su bella mata de pelo,
cuyos verdes cabellos semejan loros.

 

Oh, pino sagrado, de tronco fuerte y alto,
de piñones dorados, con cáscara de manto,
acogidos por la tierra como ávidos tesoros,
cosechados con paciencia, el otoño en sus forros;
recogidos con gratitud en frescos días de rapiñas,
con el afecto del sol acariciando sus piñas.

 

Aves anidadas en sus ramas extendidas,
con sus cantos entretejiendo solfas tupidas;
no hay mejor refugio que el de su sombra serena,
al viento susurrando cuentos de campo y arena.

 

Los leñadores, hachas en mano, intención sana,
con respeto y reverencia, labor temprana,
podan, cortan, apilan, cuidan con devoción
al pino piñonero, regalo de la creación.

 

Así cantamos al pino versos de calma y arrullo,
por su madera noble; por su plácido murmullo,
cuya fortaleza nos inspira bosques de eternidad,
al pino piñonero rendimos gratitud y amistad.

 

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AGUJAS DE PINO
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Agujas que no hieren,
para el aire tamiz,
del pino manan;
brotan de sus cadavéricas ramas,
señalando el cielo azul,
cosquillando sus ventiscas.

 

Haces de verdes flechas
con yugos de compás,
mil veces repetidas;
ejército de efímeras picas
para hirientes rayos de sol,
cuya energía se inyectan,
como yonquis de la luz,
en equilibrado cuentagotas,
por sus canales sin juntas;
fuerzas de crecimiento sólido
en su cuerpo de piñas promotor.

 

En los pinos se tejen piñas
por sus agujas a millares,
hilo verde que se restaña
y en resinosas celdas se funde
de duras escamas revestidas,
cobijo de piñones sabrosos
que de su libertad hacen reposo;
ejército de tejedoras
de incontables puntadas,
reconstructoras del patrón
que transmite su herencia,
de sí mismas fiel espejo.

 

Con tales armas se nutre del cielo
mientras en tierra se amarra firme
con poderosas raíces de escarpia,
vigorosas como serpientes evangélicas,
sorbedoras de todo rastro de gota,
lactando con poderosa succión,
hídrico aporte que mueve sus brazos
con aleteo que peina sus ramas.

 

Erizadas de púas, de los pinos las copas,
tal como de fideos se sirven las sopas,
sus puntas endebles defienden sus áreas,
en los hombros implantando raciocinios;
sanadoras del escorbuto dañino
la infusión de agujas de pino.

 

Rara vez se queda calvo
este peluquero de horizontes,
cuyo cabello es la herramienta
que su vida en alquiler apalabra,
acicalando las plumas de las aves,
acariciando las brisas del mar.

 

Su pelo en forma de horquilla
fácilmente no se despeina,
aunque lo pierde en abundancia;
alfombra para insectos, a sus pies,
depósito de obligada confianza
en el ejercicio de su actividad,
interés que la tierra reclama
para recuperar su integridad,
parejas pinochas entrelazadas
con tonos de otoñales romances.

 

Del fuego teme la llama,
y del rayo su golpe fulminante;
mas, se reconstruye con el croquis
que la piña en sus entrañas guarda,
repoblándose con abundancia
hasta en los más abruptos terrenos,
rizando el cabello solar con sus peinetas,
rascando el pecho de las nubes con sus copas,
lágrimas para sus pestañas.

 

Pero lo que más acongoja al pino,
sin que los escudetes de sus piñas
de protección alguna le sirvan,
es la procesionaria devota,
urticante oruga desfoliadora
que teje sus capullos en sus ramas
sin pedir consentimiento;
cuyas larvas sus brotes devoran,
sus tiernos borrajos aciculados,
ahorquilladas hojas aguzadas,
barbas que sorbe como zumo por paja,
royéndolas en seco, sin pudor.

 

A consecuencia del banquete
de tan peligroso comensal,
surgido de las sombras de la tierra,
se produce la agonía del pino,
quebrado e inmóvil en su cruz,
a incalificable tortura sometido,
en sus raíces anclado, profundas,
sin tiempo ni medios para defenderse,
sin poder domar los rayos del sol;
muerto por inanición, desfallecido,
derramando lágrimas de resina,
tronco abajo deslizadas...

 

Y no puede hacer sino resignarse
al declive de su triste destino,
alimento final de insectos buitre.

 

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BRINDIS A LA PARRA
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En los verdes viñedos la uva se balancea,
son racimos apretados como joyas de la marea,
que bajo el sol ardiente se cargan de mosto,
precursor del vino, elixir de paso angosto.

 

Sagrada uva, fruto de la vid, como rubíes,
dulces esferas que se deslizan en la copa;
vino tinto que alegra la noche de los síes,
brillante, filtrado de la rancia estopa,
cuya historia de versos es derroche,
al que su sabor honra con broche.

 

Vino blanco, como perlas en la brisa,
que no se sirve en la dulce misa;
joven o añejo, afrutado o seco,
en sus brazos percíbese el eco
al escanciar en los cuerpos el hueco.

 

Vino rosado, sube el rubor en mejilla
en la noche estrellada y sencilla,
brindis que seduce al más pintado
por su textura y por su agrado.

 

Llegarán los vendimiadores, cestas en mano,
mezclando sus risas con el aroma temprano,
al susurro de las hojas de sabores añejos,
y recolectarán sus brillantes espejos,
como las talladas caras de un diamante.

 

Bailarán los enólogos, su pasión catando,
buscando la armonía en la esencia del grano,
dirigiendo la fermentación con guante,
el mosto prensado con trato elegante.

 

Pero no se andarán por los cerros de uva
danzando con los pies en el lagar:
potente máquina los prensa y entuba
obteniendo mostos, olas de mar.

 

Como vals de bodega, en fermentación lenta,
transformado en notas de alegría y entrega;
guardado en barricas que el roble sosiega;
embotelladas series con letras de imprenta,
sellado el vino, cálido, solemne y bravo,
despertado de su sueño en cubas
donde el mágico proceso llevose a cabo
tras un largo hervir sin quemaduras.

 

Le brindamos, pues, las copas alzadas al cielo,
colmados sus cuencos de matices y aromas,
con obsequiosos besos y abrazos de acero,
con la calidez que nos transmiten sus tomas,
entre risas y sorbos de eterno viajero,

 

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AL ALMENDRO
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En la tierra reseca prospera el almendro,
sus raíces profundas son hilos de esperanza,
sus hojas plateadas dianas del sol son centro,
donde astro y almendro confirmaron su alianza.

 

Flor de invierno, de tonos blancos y rosas,
que zumban abejas, ahuyentando mariposas,
pintando los campos en dulce romance;
susurrando el viento, en estado de trance,
sus cuentos de cosecha en dulce prosa,
como besos del marido a su dulce esposa.

 

Sus ramas desnudas, sin hojas,
se cargan de flores vistosas,
a pesar del frío, sin congojas;
en campos de lienzo sus prosas.

 

Oh, almendro querido, de tronco rugoso,
cuyos frutos joyas son en cáscara de estuche,
donde la almendra madura con secreto celoso,
cuya presencia delata al que bien escuche.

 

Oh, almendro querido, en tu sombra serena
tus ramas extienden sus brazos sin pena,
cargados de almendros con piel de abrigo;
que recogemos en mostrando su ombligo
tentando al sol, en su cáscara desnuda,
cuya almendra comemos tostada o cruda.

 

El ritual de la cosecha paciente espera
ver caer la almendra, versos de primavera,
sobre las redes dispuestas bajo sus brazos
que la recogen fortaleciendo sus lazos.

 

Los agricultores, con sus manos claras,
bajo el sol inclemente, armados de varas,
recaudan el fruto golpeando las ramas,
en lonas circundantes, del suelo camas.

 

Hoy se estila el "abrazo del oso"
de la maquinaria sobre el tronco,
al que envuelve su velo suntuoso
con vibratorio sonido ronco.

 

Eléctrica puede ser la podadora
en estos tiempos de progreso,
que cortan ramas como el hueso
pulsando el gatillo que devora.

 

La poda es manual, no el abono;
también se labra con tractores,
el trabajo animal perdió su trono,
es el reinado de los motores.

 

Secado al sol, del almendro su fruto,
protegido en su cáscara-féretro,
sin su piel arrugada, enjuto,
como sarcófago de faraón, pétreo,
se conserva vivo, no cabe luto,
durante muchos años, en su atroje
o saco, evitando que se moje.

 

De secano el almendro es,
al que la mucha humedad asusta,
debiendo secarle bien los pies,
pues el agua requiere la justa.

 

También, obvio es, seco es su fruto,
el que en dos años gesta cada rama;
que nunca antes ofrece su tributo,
y lleno de virtudes lo derrama.

 

Almendro, en la tierra anidado,
ya que tu proceder nos ha criado,
te dedicamos versos de gratitud,
por tu noble porte, fruto en plenitud,
por el aroma grato de tu corteza,
por tus brazos plenos de riqueza;
por ser, con deleite, eterno compañero,
el postrado agricultor alza su sombrero.

 

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EL PISTACHO
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El cultivo del pistacho prolifera,
en detrimento del almendro, por mudanza
del uno por el otro en la balanza,
implantando poco a poco su bandera
en exclusivas tierras de labranza
con nivelación favorable al riego
y dotadas de un eficiente drenaje,
donde el encharcamiento no entra en juego,
expresando de su fruto su lenguaje.

 

Facilitar las operaciones del plantío
con un eficiente manejo del suelo,
controlando las plagas del húmedo impío,
lo convertirá en empresa de alto vuelo.

 

Aplicar estiércol de bovino o gallinaza,
con nitrógeno orgánico en alto porcentaje,
útil es para la tierra, al ser lenta su tasa
de liberación, a lo largo de años de encaje.

 

Su popularidad ha aumentado en España,
debido a su jugosa rentabilidad;
en Castilla-La Mancha se han dado maña
y ya produce mucho más de la mitad.

 

Su grado de adaptabilidad es alto,
desde los balcones de sus ramas,
medrando en latitudes tempranas,
las cuales invade en pacífico asalto.

 

Capaz de soportar temperaturas extremas:
hasta los cincuenta grados por arriba,
y los treinta bajo cero sin helar sus yemas;
de cosecha gozando muy productiva.

 

Sólo en una faceta al almendro no gana:
de éste, de dos años, arraiga un esqueje;
mas, siendo de pistacho, es empresa vana
si en una adecuada base no monta su fleje,
pues sólo por injerto se le saca lana.

 

Ya injertados conviene comprar los plantones,
desarrollada la planta, variedad 'cornicabra',
testada en España en todas direcciones
con las condiciones descritas, les doy mi palabra.

 

Es el pistacho originario de Asia,
por todo el mediterráneo extendido,
feliz en cálidos climas su gimnasia,
de escasa humedad y poco ruido.

 

Requiere de un ambiente soleado y seco
para desarrollarse en todo lo suyo,
sin dejar en el tintero ningún fleco,
dictando en el campo sereno murmullo
durante la maduración del verano;
debiendo gozar de un invierno frío
para florecer sin riesgo de troyano;
como el del almendro, negro sombrío,
obra de la avispilla que 'poliniza'
su descendencia en la flor donde aterriza.

 

No es amigo de florituras ni quejas,
sin convenio con agentes polinizadores;
sin pacto con insectos, aves o abejas,
avispas o abejorros, para mutuos favores.

 

Su ventaja es tener flores poco vistosas,
desprovistas de pétalos, sin atractivo;
para insectos voladores poco sabrosas,
que se polinizan por el viento furtivo
y que no destacan de tan pequeñas,
aunque nacen antes de brotar las hojas
(la táctica del almendro, por más señas,
que es de flores vistosas, no de rojas).

 

Además, hay pistachos con flores masculinas,
en cuyo harén pistachos hembra pululan,
diferentes, con inflorescencias clandestinas,
cuyo carácter y encanto disimulan.

 

Por mucho que algún insecto al macho explore,
de poco sirve, pues a la hembra no la va a rondar,
al carecer de flor que atractiva aflore,
así sus ovarios deje abiertos de par en par.

 

Las ramas floridas, en el árbol macho,
se agrupan en una vigésima de metro;
en el femenino tienen más despacho,
más amplitud, el triple de largo su cetro.

 

Dotar a los machos de una mayor altura,
mediante una adecuada poda, útil es,
a la hora de fecundar de forma segura;
evita que el polen se pierda bajo pies.

 

Para la polinización es de importancia vital
la proporción y distribución de la planta macho
entre las hembras: uno para diez es buena señal
para una feliz fecundación, por su buen mostacho,
dada su prolífica producción de polen sexual.

 

Y a fe que cumple como varón,
polinizando hembras a coro,
pues su fertilidad es un don
que desparrama como el oro
y a las damas baja la rama
del peso que el fruto proclama.

 

Las hojas del pistacho son caducas,
de un verde intenso, con aroma prodigioso,
alternas, compuestas, juntas las nucas,
con un foliolo postrero en justo reposo.

 

En adefesio lo muda el otoño,
de sus hojas desprovisto, gazmoño,
quedando desnudo frente al viento inquieto.

 

Pertenece a una especie de larga vida,
pudiendo estrechar de siglos un terceto;
pero es su desarrollo de lenta medida:
hasta los cuatro años no causa respeto,
tarda en dar fruto; ofreciendo abundante cosecha
cada dos años, seguidos de uno de renta escasa;
al séptimo u octavo año de crianza enciende mecha,
llegando al pleno rendimiento de su insigne casa.

 

Por su amplia copa el pistacho se distingue;
siendo sus ramas de formación robusta,
tal que si no se poda su crecida pingüe
en los siete metros de altura se ajusta.

 

Debido a que, en la explosión de sus frutos,
cuando cuelgan de sus amplias ramas,
se agrupan en sus terminales macutos,
el peso inclina mucho sus alarmas.

 

Se trata de una semilla alargada,
de color verde, envuelta en piel morada,
protegida por una cáscara dura,
que, al madurar, abre su comisura,
revelando su presencia comestible;
momento que a la recolección precede,
pues indica su maduración inflexible,
óptimo punto que más tiempo no concede;
pues, si la recolección se retrasa,
aflora de los hongos la amenaza:
han de transportarse, de forma crasa,
lo antes posible a planta que desplaza
y elimina la piel durante el proceso,
para evitar la fúngica contaminación;
se despelleja por chorro de agua a presión,
rápido, dejando el cascarón ileso,
seguido de un secado contundente.

 

Importa no soslayar este proceso,
que marca su sabor en lengua y diente,
determinando su atractivo visual
y seguridad sanitaria porcentual.

 

Por fin, en la fase posterior que resta,
se clasifica el pistacho, sala y tuesta.

 

Y sobre su recolección, subrayar queda
que por medio de la mecánica se realiza,
mediante vibración sobre el tronco en vela,
libre de apetitos sexuales durante la briza;
aunque ignoro si, mientras tiembla, gime la madera
como las cuadernas de un buque frente a la mar fiera...

 

El pistacho, a más de bocado delicioso,
de sabor único y propiedades nutritivas,
es, respecto a la salud, un aliado brioso,
próspera fuente de grasas, que supera cribas
para productos de belleza y gastronomía;
cargado, además, de proteínas y nutrientes,
con fibras suficientes para pasar el día;
ricos en antioxidantes en diversos frentes.

 

De hierro y potasio son sus grilletes,
amarres de la salud intestinal,
férreos en el control de la diabetes,
remansos para la tensión arterial.

 

Bálsamo para la capacidad cognitiva;
actuando de factor protector necesario
frente a la enfermedad neurodegenerativa,
de la que reduce su pena y su calvario.

* * *

Del pistacho macho, sus flores masculinas,
en racimos de color verdoso, algo pardo,
forman ángulos áureos carentes de esquinas,
de unas quinientas unidades, flor sin cardo,
de a seis centímetros y medio sus cortinas.

 

Florecen antes de surgir las hojas en brote,
que alimentan su fruto y refuerzan su escote,
entre finales de marzo y primeros de abril,
postulando su matrimonio por lo civil.

 

En cada flor del pistacho macho,
sin pétalos, ni de ovario cacho,
un cáliz recubierto de cinco escamas
a dos brácteas ampara entre sus tramas;
cada una con dos, cinco u ocho corteses
anteras tetragonales de tres ejes,
estambres que van adquiriendo forma,
incubadores de polen, su horma.

 

Forma dan a copioso polen amarillo,
esférico y algo ovoide, como anillo,
con dos capas en su espalda y tórax,
de las más resistentes y pecadoras,
que favorecen su viaje al ovario,
de oficinas respetando el horario.

 

Cuando las anteras abren sus valijas,
polen sueltan, como limado de lijas,
durante cuatro días de fecundo orgasmo
en los brazos del viento, con entusiasmo,
sus dobles hélices buscando el amor.

 

Los órganos femeninos abren en breve,
en oyendo de sus pasos el rumor
sobre su lecho seco, con susurro leve,
recibiendo al polen en silla de sede.

 

Dichosas aquellas que reciben su honor
de machos que expelan polen en tres etapas,
a saber: temprana, mediana y tardía;
satisfaciendo con tiento a las chicas guapas
cuando estén preparadas para la orgía.

 

Situados machos y hembras con lucidez,
las difusiones de polen harán blanco,
escanciadas como el vino de jerez,
entrando en los estigmas como en zanco.

 

Encararán los vientos los sultanes,
con las concubinas en prietas filas
esperando el amor en sus zaguanes,
sus órganos de amor gestando lilas.

 

Con el viento amigo se enlazarán amores,
portador de las propuestas del estambre,
para las trampas de pelusa los honores,
sin intervención de abejas en enjambre.

* * *

Las flores femeninas surgen como yemas,
pezones que ponen sus ojos en la luna,
racimos formando de unas doscientas gemas;
un centímetro mayores salen de cuna,
comparadas con las de espermas varoniles,
de las cuales distan en forma y contenido,
sin corola y sin estambres sus perejiles.

 

Sobre pedúnculos, dos brácteas bajo el nido,
cáliz con dos o cinco protectores lóbulos
de ovarios ovoides que cobijan sus óvulos,
base de los estilos, por estigmas coronados,
tres aspas aplanadas, de púrpura el color,
que ejercen de atrapapolvos en sus íntimos prados
y el polen encauzan como todo buen pastor.

 

Los estigmas son aduanas donde el polen se declara,
se obtiene su procedencia y determina su destino;
si logra su visado, crece su tubito de piara,
paso abriendo, estilo abajo, en ovario su sino.

 

Llega el polen con diminutos hilos
tejidos por los ganchillos del viento,
efluvios que se reciben con tiento,
bajando al ovario por los estilos
(turbinas batidas por los aires desiguales,
toboganes de auténticas cuestas verticales)
como engarzados en una pampa de araña,
enganchados a la red con cremallera,
donde el más veloz tubo sujeta su laña
al óvulo que en su prado desespera.

 

El viento alegre actúa de lanzadera
de los pólenes con contoneo,
que a remos de la brisa, a su vera,
sucumben al amoroso paseo,
encajadas entre bolillos de halago,
yuxtapuestas entre los labios a tono
de pistachas locas por el amor mago,
con cuyos suspiros decoran su trono.

 

Sea la brisa buena y evite un falso golpe
que en pasillo de dobles las haga penar;
acariciando la idea de alguna, menos torpe,
que engendre uvas castañuelas por azar.

 

De que, al que se mueve y no vemos,
no le sobrevenga en su aliento la pereza,
dejando, pues, de batir sus remos,
depende el fruto al que favorece la cerveza;
demos gracias por la belleza de su gesto,
y más cuando él se marcha solo con lo puesto...

 

...Y llegarán destacamentos de cigüeñas,
hatos en el pico, de pistachos repletos,
sabroso adorno de las ramas, como enseñas,
fruto seco, merecedor de mil respetos.

 

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EL OLIVO
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En la tierra adorado, el olivo se muestra altivo,
con sus ramas extendidas, brazos de esperanza,
con sus hojas lanceoladas procurando ser recibo
del sustento que de ellas fluye, pechos de crianza.

 

Sus hojas son verdes y grisáceas, sin pelos;
en racimos las flores, pequeñas y blancas,
de cuatro pétalos, que se muestran sin velos
a los insectos que polinizan sus ancas.

 

Las abejas zumbantes ven cumplir sus sueños
susurrando al viento sus secretos de aceite,
fructificando en los racimos sus diseños,
níveas estrellas chicas, de olivos deleite,
en la primavera alegrando sus ceños.

 

El color de la aceituna, su gestado fruto,
es verde o negro, base del aceite de oliva,
un producto muy apreciado, no por su luto,
en la gastronomía, de su sabor cautiva.

 

Resistentes árboles son los olivos,
profundas sus raíces, el tronco grueso,
retorcido, grisáceo en sus motivos,
prontos en regenerar su recio peso
bajo los rayos del de deslumbrante pinta
gracias a las hojas con que los precinta,
de sus calores siendo recaudadoras
hasta el ocaso desde las auroras.

 

Árbol perenne, resistente a la sequía,
al frío extremo, al hídrico estrés;
longevo, teniendo a la tierra por encía;
alto, si no lo podaran dos por tres.

 

Olivo sagrado, de los siglos testigo,
cuyo jugo bajo su piel es un tesoro
madurado en la aceituna, gotas de oro;
sabrosa también, sea huesuda o con ombligo.

 

Si se le cuida con mimo, responde
con abundante fruto, no lo esconde,
sin merecerse los palos que le damos;
pues aun siendo bueno lo maltratamos
dándole de golpes todo un acorde,
recogiendo sus llantos en la red
para en la almazara prensar su sed,
transformada en cuerpo de virgen aceite
que para las ensaladas es un deleite.

 

También pueden usarse sus aceitunas
como aperitivo rompedor de ayunas
en bares y restaurantes populares,
como boyas flotando entre manjares.

 

Con hueso y sin hueso, sus modalidades,
picando con jarra fría de cerveza,
la sed aplacan a todas las edades,
del calor amortiguando su crudeza.

 

Los olivos, para el medio campestre,
esenciales son, de la tierra consuelo,
previniendo la erosión del suelo
y alimentando a la fauna silvestre.

 

Son las ramas de olivo símbolo de paz
en los picos de las blancas palomas,
así entendido en todos los idiomas,
sirviendo de ornamentación, ramas en haz.

 

Por eso canto al olivo versos de alabanza:
por su aceite divino, por su sombra quieta,
por su aroma noble, por su excelente crianza,
por su historia inspiradora y de amplia meta,
eterno guardián de nuestra sana dieta.

 

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LA ENCINA
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Encina, de tronco eres robusto,
recio, dividido en pequeñas placas
con tintes tonos de pardo negruzco;
de abundantes raíces, tus hamacas,
sobre una principal, larga y fuerte,
que ramifica con otras rastreras;
especie longeva frente a la muerte,
por siglos burlada de mil maneras.

 

'Quercus ilex' se te apoda en latín,
aunque popularmente se te conoce
por carrasca, chaparra o chaparrín,
desde que disfrutas de la vida el goce.

 

Te caracterizas por una gran copa,
de forma redondeada, y hojas frondosas,
ideales para dar sombra a la tropa
cuando las calores del sol saltan briosas.

 

Los veinticinco metros de altura
has llegado fácilmente a rozar,
como queriendo subir a la luna
para plantar en ella tu pulgar.

 

Tus ramas a formas extrañas dan lugar,
similares a brazos surgidos de duna,
mostrando músculo y fuerza vital.

 

Tus hojas son duras, de áspero anverso,
de color verde negruzco, brillante;
el reverso pubescente, en verso,
verde grisáceo, con pelo abundante.

 

Hojas de hasta siete centímetros de eslora,
que saben alcanzar los cuatro de anchura;
largas y estrechas las dibuja la aurora,
u ovaladas, con dentada comisura,
armadas con salientes espinosos,
o con bordes ondulados y sosos,
a veces, lisos, las menos agrestes;
poco deseosas de que las acuestes,
permaneciendo fieles en su trabajo
hasta cuatro años de feliz destajo.

 

Y, ya, cuando se jubila cada hoja,
saltando, tiende a convertirse en coscoja;
la que calza tus pies con buena fortuna,
aliviándose en la sombra de tu cuna,
hasta que la expulse una ventolera;
así quedan las hojas abajo firmantes,
en formación de colleras, a tu vera,
tapete de animales silvestres, errantes.

 

Las distintas flores que adornan tus ramas
entre los meses que van de marzo a mayo,
incluso de junio a julio las proclamas
en tanto los veinte grados cante el gallo.

 

Ambos sexos construyen su propia flor;
amarillo-verdosas las masculinas,
y con los estigmas rojizos de amor
las del débil erotismo, sus vecinas,
discretas pimpinelas escarlata,
sin actrices porno en su plantilla;
de unos dos centímetros su zapata,
que muestran solitaria en su silla
o con dos o tres haciendo manojo.

 

Ambas poco vistosas frente al ojo;
colgando las peculiares flores macho
de la punta de ramillas, con arrojo,
en buen número, el perigonio gacho
soportando de tres a siete porciones,
y de estambres una cantidad fluctuante.

 

Las femeninas ocultan sus pasiones
con la capa que cubre su buen talante,
en el extremo de las ramas, en plante,
con sus estilos divergentes, en copa,
que son los que dan a luz a la bellota,
del otoño fruto oblongo y puntiagudo,
en profundas envolturas encajado,
de madera, cortas cápsulas de embudo,
cascabillos, dedales a su cuidado,
semejantes a casquillos de bala.

 

Es el fruto seco del que haces gala,
de color verde claro, que se oscurece,
con sabor recordatorio de castañas,
aunque algo más amargas, me parece;
sobre todo las de hojas pincha-legañas.

 

Te suelen recolectar durante el otoño,
cuando cumples no menos de quince años;
y no es para cerdos alimento ñoño,
pues lo agradecen en todos los tamaños.

 

Tu bellota, que mejora los jamones,
es también alimento para perdices,
conejos, patos y palomas felices,
que se apilan bajo tus balcones
cuando tus ramas los disparan a plomo;
incluso las personas les toman gusto,
ya sean crudas o asadas por lo maromo;
obteniendo pan de su cuerpo robusto.

 

Siendo las bellotas excelente alimento
que al ganado porcino sabe a gloria,
muchas encinas se cultivan como en cuento,
en dehesas en las que gira la noria.

 

Tus hijos nacen gracias a la bellota,
cuando en la tierra ingresa con buena nota;
o cuando sale a la luz alguna raíz,
generando brotes semejante nariz;
una gran familia creando en los ribazos,
con el mismo temple, en tus mismos brazos.

 

Pero la misma avispilla, o su prima,
la que fecunda del almendro la flor,
también en ti sus larvas siembra y arrima;
y sale de la bellota, ya mayor,
por un agujero que su boca lima.

 

El terreno encharcado no te agrada,
ni los muy arenosos o salinos;
y, aunque te asientas en cualquier grada,
prefieres en calizo dar tus trinos.

 

Aunque toleras y resistes el frío,
prefieres zonas secas y muy soleadas;
del calor, no sucumbes a sus oleadas,
y ante los incendios rebrotas con brío;
y aguantas la sequía con tu rocío,
que se mantiene fresco bajo tu copa.

 

Y la madera que te viste y arropa,
es dura, compacta, pesada y densa,
difícil de trabajar, muy resistente,
que sobre las aguas flota y se censa,
pero que, al secarse, agrieta su frente,
no siendo, por ello, la de más goce;
útil en construcción y carpintería,
y para piezas expuestas al roce;
se usa también para vigas de valía
y para fabricar carbón vegetal.

 

Eres patrón de los árboles de España,
el más característico del corral,
así como de las ramblas lo es la caña.

 

Del mediterráneo te encanta el clima,
donde te asientas sobre frescos suelos,
sin llegar, en altitud, a la cima:
en mil cuatrocientos metros, sin celos
de los de altos vuelos, está tu frontera.

 

En los bosques que conformas en hilera,
se suelen mezclar otras especies afines,
como pino y enebro, hábitat ideal
para la fauna de morros, lanas y crines,
formando cotos de reserva natural,
gracias a los anillos de compromiso
que en el tronco de tus ramas dan aviso.

 

Encina, carrasca o carrasquilla,
que detestas la charca y el rano,
el horizonte muestra tu quilla
sobre los océanos de secano.

 

De amplio pecho y soberbios hombros,
sobre anchas espaldas envuelto tu tronco,
despiertas sinceros asombros
en los pájaros que te otean, ninguno ronco.

 

Como encina, eres la variedad litoral,
que remonta desde el nivel del mar,
de hojas y copa alargada, plante vertical.

 

Cual carrasca, tu talla es de rogar,
con la copa y hojas en redondo,
muy lejos del mar y de su fondo.

 

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LA HIGUERA
==========

Higuera, higuerita, higuera,
diminuto árbol, arbolito,
que exhibe su olímpica copera,
galardón que sabe a pan bendito,
de hojas que caducan rodeado,
trabajadoras de amplia esquina,
proveedoras de fruto remirado,
servido con vino en la cantina,
empadronado a la luz de los candiles,
debiendo palpar su magra molla;
alimento para dientes de fusiles
persistiendo en degustar su joya.

 

Higuera, del Paraíso procedente,
con fruto tabú al que hincamos el diente;
provista de grandes hojas, por ropaje,
con que cubrir vergüenzas de buen linaje
los momentos siguientes a caer tentado
por el fruto pecador del sexo grado.

 

Cultivado por la mano humana,
como árbol se distinguen sus dotes;
mas, si por su cuenta se engalana,
de arbusto silvestre son sus brotes,
sus ramas dando al suelo medida,
con hojas pubescentes por revés,
diseño de alta gama, que cuida;
y ásperas por el haz de los quinqués;
hojas que son de lóbulos dentados,
de tres a cinco, como de horario.

 

Flores pequeñas producen sus vados,
carnosos receptáculos de ovario
los que configuran su confinamiento,
junto a sus guardianas masculinas,
inspectoras de su voz y de su tiento;
con su polen cargado de espinas,
con absoluto control de acceso,
armados de tres sépalos y estambres,
cierres de seguridad de peso
que impiden saciar sus sexuales hambres.

 

En las dichas celdas interiores,
que no se muestran a la vista,
las femeninas cautivas flores,
un sépalo más, de diez cañones,
pueden añadir a la lista;
sépanlo ustedes y tomen nota;
y un ovario de óvulo solitario,
único hijo, como una gota,
a la luz ofrece, extraordinario,
cada diminuta flor, de tantas
-siendo, quizás, la más pequeña que viste-
que en el higo afinan sus gargantas
hasta fructificar en pepita triste.

 

Se polinizan por medio de un insecto,
huésped de honor, que se metamorfosea
por entremedias de las flores, con afecto;
y, acabada en el nido su tarea,
con el dorso de polen salpicado,
al penetrar en otra cualquiera
agrupación floral de la higuera
para plantar sus larvas como en prado,
cumple con su labor fecundadora
al moverse en tan apretado espacio.

 

Tras la fecundación benefactora,
madura el receptáculo, despacio;
en su interior los próximos frutos,
pequeños aquenios, como pepitas,
verdes o violetas los tributos
que degustarán futuras visitas;
no digeribles, por el momento,
mezclados con la pulpa formada
por pétalos y señales ciento,
de la floración huella ajada.

 

Siendo en primavera la puesta de largo,
maduran los higos al fin del verano,
recibido de la cigüeña el encargo
de palpar días con diferente campano,
madurando en etapas distintas,
nunca todos de golpe, ni a la vez;
mas, los inviernos de suaves pintas,
nos ofrecen sus brevas sin preñez,
una generación temprana de frutos,
de las inflorescencias apicales,
que quedaron en suspenso en sus macutos
sin polinizar ni canjear sus vales,
invernando sobre el árbol el invierno,
madurando a principios del verano;
primera tentación para la mano
que tiende a precipitarse en el infierno;
pues fecundó las flores, según rumores,
en sus ratos libres, el demonio, a rabo.

 

De los higos se han de palpar sus honores
para saber si su madurez dobló el cabo;
dado que, si no muestran cierta blandura,
aptos no son para boca de morder;
cuidándose de la gota que cae, pura,
blanca leche de higuera, no de mujer,
al arrancar el higo, pues quema la piel.

 

La higuera de la variedad blanca pastel,
'gota de miel', los más dulces piropos recibe,
de los orgasmos que desata en lengua y boca;
exquisitos perfumes más propios del Caribe,
un éxtasis para los sinhuesos que toca.

 

Higueras bordes también las hay,
exclusivamente de flor macho,
pintadas con delirante espray,
de incomibles higos, con empacho,
a los que las aspas del molino rojo
han impreso con su sello y marca.

 

La higuera es de tronco corto, cerrojo
que la une a la tierra, de albarca,
cuya corteza y ramas son lisas y grises;
largas y fuertes dichas ramificaciones,
señaladas por las constantes cicatrices
causadas por las hojas en baja, blasones
que ostentaban sus armas al viento.

 

La higuera que mano del hombre poda,
agranda la sombra de su portento,
con hojas menos ásperas, de moda,
insuflando al árbol más categoría.

 

Dichas hojas son alternas, grandes,
a cuyos costados la higuera pía,
fomentando en los higos sus agrandes;
en centímetros, entre diez y el doble,
rara vez completas, palmeadas de serie,
compuestas al compás de un pasodoble,
de hasta siete lóbulos a la intemperie,
emancipadas por estrechos senos,
dotadas de ásperos pelos cortos;
de verdosos haces libres de frenos;
los enveses más claros, absortos;
muy marcadas por los nervios del recato
y sensibles ante los aires corrientes,
sufriendo descargas, cual tiros al plato,
las ventosas de los peciolos sin dientes.

 

De las semillas del higo surgen higueras,
y también por los brotes que protagoniza;
pero puede surgir de estacas en hileras
con el acodo empinado sobre ceniza.

 

Dispersada por las aves que roban sus higos,
suele asilvestrarse con suma facilidad:
en cornisas y muros se declaran amigos
aves e higueras que ventilan la propiedad.

 

Bien crecida sobre suelos sueltos y blandos,
frescos y profundos, desde el nivel del mar
hasta los mil doscientos metros de altos mandos.
Pero hasta en pedregales se puede apoyar,
con hondas venas subterráneas por acento,
sorbiendo de sus entrañas el aliento.

 

Suele aparecer en las laderas de los montes,
en las orillas de los ríos y los arroyos;
su estampa manifestando en los horizontes,
en peñascales calizos, barrancos y tollos,
y en las cercanías de las poblaciones,
donde aparca su madera sin razones;
que, sobre el tapete, es de por vida;
por noticia mala: no es muy longeva;
tan sólo vive, del higo que cuída,
y de la primera hornada de breva,
oculta en sus cajones de ramas rudas,
entre la sombra de sus hojas fronteras,
hasta aterirse con sus ramas desnudas,
unas cincuenta o sesenta primaveras;
eso si antes no sucumbe a las heladas,
a menos de diez bajo cero el mercurio.

 

En cambio, las temperaturas elevadas
resiste, y sequías de mal augurio;
encontrándose con el calor muy a gusto,
requiriendo de la humedad el punto justo.

 

Por permuta de 'un lugar bajo el sol',
elabora sus eróticos frutos
con la tinta de sus hojas de farol,
pintando cientos de higos diminutos
dando vuelo a su impresora pericial
a la luz de las velas de los dedos de la brisa;
amamantados higos envueltos en chal,
cobijados bajo abundantes faldas de cornisa;
bordados con las hojas del ganchillo;
expuestos, más tarde, en campos sin rejas,
a las tentaciones del buitre pillo,
el humano que no enseña las orejas,
el que aguarda las auroras del placer
para palpar sus frutos de etiqueta negra,
más propios de los encantos de mujer.

 

El aire que recitan las hojas, alegra,
al filo de las tardes alborotadas,
llegado el tiempo del fruto meloso,
el que cuelga de las ingles aparcadas
y de los sobacos de oscuro foso,
junta de las pajitas de las hojas,
peciolos biberón sin intermediarios;
hasta madurar las sus carnes flojas
con el fulgor de los ecos incendiarios
que se derraman como aguas del arroyo:
los higos al cubo, las penas al hoyo.

 

Hable la corneja con la lengua de su pico,
tiemblen los higos por su graznido penetrante,
canten los higos los sabores de aroma rico,
fragancia que aumenta como el brillo del diamante.

 

Procedente del Asia Menor,
se ha extendido por el ancho mundo;
de las líneas aéreas tal honor,
del Halcón Peregrino, el errabundo;
al mediterráneo perfectamente anillado,
con sus habitantes endulzados del pecado;
hasta caer sus ramas deshojadas y sueltas,
partidas con seco crujido de compuertas.

 

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EL NOGAL
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Especie de crecimiento pausado, lento,
a la que gusta tomar las cosas con calma;
superando en altura, medida con palma,
el centenar de unidades en el recuento.

 

Su manto de hojarasca larga vida señala,
cruzado por largas líneas de transporte,
de no menos de quinientos años antesala,
con amplio tronco de magnífico porte,
recto, corto y robusto, la corteza lisa,
gris plateada o parda, que la edad agrieta;
que de dos a seis metros su contorno pisa,
sostenido por la tierra de buena veta.

 

Vive en suelos de rizos cabellos sueltos,
profundos y fértiles, entre los doscientos
y los mil quinientos metros desenvueltos,
en los suelos calizos sus pensamientos,
soñando con la humedad que tanto necesita;
a su amiga nube rogando la visita
que restituya el empuje de su savia
por sus secos canales vasos, con labia.

 

Suele soportar los registros extremos
que el termómetro transmite a su madera;
árbol navegante de templados remos,
que sólo se amilana frente a la hoguera.

 

Aunque suele aparecer de forma dispersa,
no duda en convivir con especies frondosas
con las que de forma amigable conversa,
juntas afrontando situaciones dudosas.

 

Sus ramas, de músculos gruesos y vigorosos,
escasas, nudosas y grises, sombras y luces,
sobre sí forman velos grandes y poderosos;
lampiñas las del año son, brillantes y dulces,
de lenticelas claras y yemas negruzco pardas,
escamosas, que afloran en grupos de a tres,
de apariencia simple, antes de anunciarse con salvas;
ramas en que las hojas posan su través,
filtrando la luz cual delicada mariposa
que en el fruto se posa de selladas valvas.

 

Son largas las hojas, de entre uno y dos palmos,
con peciolos enteros las de los adultos,
serrulados los de los jóvenes garbos;
asimétricas hojas de enveses calvos,
aparecidas desde lugares ocultos;
lo advierte la salida del sol rojizo
que en verde transformará, por algún hechizo,
al nogal frondoso, en elegante rey de copas,
con abundantes hojas que constituirán sus ropas.

 

De cinco a nueve folíolos suelen tener
(incluso, sólo tres), en forma de elipse o lanza,
de enteros bordes u ondulados su somier
que de los rayos del sol inclinan la balanza.

 

Cambian de aire las hojas, alternas y compuestas,
después de meses trabajando a todo tren,
ya mayores, con pelos en las axilas prestas,
exhalando el intenso aroma del andén.

 

Columpiadas al compás de las olas del viento romo,
de gran superficie cuadrada resulta su lomo,
formado por hojas que las sombras agitan leve;
banderas de sus intimidades de verde breve
que a sus pies yacen como descolgadas bragas
en colchón de hojarasca de marchitas zagas.

 

Superados los quince años, florece el nogal,
como acostumbran hacer robles y avellanos,
pues ha de curtirse sobre sus hombros el chal
para fabricar sus frutos firmes y sanos.

 

En el mismo nogal, en separados grupos,
brotan flores masculinas y femeninas.

 

Las femeninas flores, enhebran sus cupos
no siempre solas, con clanes en las esquinas,
de dos a cinco, al cabo de los ramillos,
los más tiernos del año, con pilosas flores,
erectas, con brácteolas de ápices castillos,
andaluces vestidos, según los rumores.

 

El ovario, compuesto de dos soldados carpelos,
está rematado por dos estilos muy cortos,
con dos estigmas plumosos, del polen pañuelos,
recaudadores de los besos de amor absortos.

 

Verdosos son los amentos masculinos,
largos y colgantes trenzados varoniles
de innumerables florecillas molinos,
estrellas de mar en sus primeros abriles,
a sus poco desarrolladas brácteas soldadas,
en mil pétalos colgantes bienaventuradas,
como sonajeros de polen, brújulas de viento,
pretendiendo fecundar los estigmas con su aliento.

 

Las flores femeninas incuban sus frutos
subglobulares, semi-carnosos involucros,
verdes y lisos, secando en negro, astutos;
que, si antes deseas pelar, hazlo con guantes pulcros.

 

Se caen las nueces por su peso, sin usar trucos,
con redondeada u ovoide forma,
de cáscara parda, dura y rugosa,
de entre tres a seis centímetros la horma,
de endocarpio pétreo y corrugada fosa,
unido con dos, lo normal, o tres valvas,
conteniendo una cerebriforme semilla
que un tabique perpendicular sin barbas
sus diferentes partes separa, sin quilla;
cascarones suturados a soplete
por sus comisuras, con puntos de modista;
comestible semilla, un buen filete,
de nutrientes y aceites muy bien provista.

 

La madera de nogal es pesada y dura,
fácil de trabajar, de pulir y barnizar,
de color pardo grisáceo, de uso en montura,
culatas y rifles de lujo, para matar,
carpintería fina, rampas de escalera,
moldes de fundición, mástiles de bandera;
ataúdes, cuando la vida deja de remar.

 

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EL CHAMPIÑÓN SIN RAMAS
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Arbolitos blancos
de primera comunión,
surgidos como oblongas copas,
las sus raíces en bolsas de compost,
sin hojas de ruta en su tronco,
su cuerpo en cámaras refrigeradas,
la temperatura bajo llave
en oscura crianza de parvulario,
en bolsas acotados, multitud,
sin surcos abiertos de labranza.

 

Sombreros blancos que germinan
como en cerrada neblina lunas,
entrelazando sus micelios
bajo los regazos del sustrato,
tesoro que la naturaleza bautiza
y multiplica, sin peces ni panes,
en sus cerrados estantes nivelados,
en sus bolsas nutridos de basuras frescas,
en un terremoto de réplicas exactas.

 

No usa los carretes del hilo solar
para confeccionar sus tejidos de albura;
no pace de las bobinas de dicho hilo
para tejer sus brocados de pinta plata de ley
sobre sus pies anillados por la rebaba,
erigido en gobernador de las sombras.

 

Blancos arbolitos que son fruto,
sin brotes de ramas que colapsen su tronco,
sin luz que pudiera ser provecho de hojas,
sin hojas que dióxido de carbono aspiren,
encargadas del sustento las finas raíces;
en bandejas vendidos de blancas paredes,
enteros o laminados, para cubrir las demandas
de un mercado gourmet bordado con mandas.

 

En ritual de ciencia preparadas las bolsas,
con estiércol maduro, el micelio se expande,
el champiñón emerge, como sueño que brota,
en su clima ideal mantenido en confort.

 

Sus 'branquias' bajo las alas de su copa
dispensadoras de esporas son,
membranas en forma de acordeón,
que los caprichos del aire transportan.

 

En el conjunto de naves,
con cámaras en distinta fase,
lienzos en blanco
de producción que rota,
mantiene un reparto estable,
en serie toda la cadena de producción.

 

Bajo siete llaves incubada,
creciendo donde otros pasan frío,
la blanca paloma del champi
alza el vuelo en lóbregas cubas,
en pisos de distintas alturas
sobre plataformas de aposentos,
'escalera de incendios' a mano;
atomizado el riego de duchas
para asemejarse al rocío matutino.

 

Seleccionan las recolectoras,
cuchillas en mano, por si acaso,
los champis que a punto están;
tempranero comienza el baile,
danzando como en zancos,
de la tierra en tornillo abriendo
los sombreros de los hongos que destacan,
como poetisas en trance;
y el champiñón se entrega,
descubriéndose en saludo,
con pródiga abundancia,
rellenando rectangulares bandejas
y colmando cestas hasta las cejas.

 

En la cocina y en la mesa, embelesa;
en risottos, guisos, pucheros y planchas,
el champiñón se adereza y se sirve a sus anchas;
por su sabor, versatilidad y demanda,
es tesoro culinario de tierna carne blanda
que sabe bien en todos los pucheros y canchas.

 

(c) 2024 Diego Tórtola Descalzo


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