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El autor:


18 Abril 2007:

Este relato ha sido concebido por Pimentel del Piquillo, natural de Villamalea (Albacete), durante el verano de 2004

Indice poemas...

Más información:


Sidoré y la Teo son vecinos de Villamalea muy conocidos por su idiosincrasia, con dichos muy peculiares. Su caracter es muy propio de si mismos.

Enlaces técnicos:

- Web del diseñador

Version: 1.0(25 Julio 2005)

 

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Todos quieren meter baza
en la charla del barullo;
se critica y despedaza
con las hoces del murmullo:
Foto
De la veintitrés
sale Sidoré,
cada dos por tres,
con gafas de sol;
viendo del revés
la hora en su reloj.

Si el Sol alumbra,
gafas de lente;
en la penumbra,
es diferente.

Va a la plaza
o a meter baza
en conversación:

-¡Cagüen el copón!

Temprano por pan
donde se lo dan;
también por fruta
o leche Pascual.
Foto
Nadie le chuta
ni le da con cal.

¡Si-do-ré, do-re-mi
re-do-fa-sol-la-si!

Habla como el sabio,
sin mover el labio:

-¡Eso!, ¡Si, si, ¡si!!

-Pues no te entendí...

-¡Bueno, bueno...! ¡Si!

¡Si-do-ré, la-si
do-re-mi, fa-sol,
chuta y mete gol!

Su mujer Teodora
lo lleva del paso
como zarzamora
sorbida del vaso.

Recorren juntos
el pueblo entero,
juntando puntos
como el herrero,
para eludir el nicho
del 'Cementero'
que acogerá sus restos.
Foto
Mudos tras el cerrojo,
de los males del ojo
se han escondido prestos.

Por la calle más estrecha
esperan burlar la flecha
que los unirá en el arca
de la en palabras parca.

-¡Ah, Sidoré, Sidoré!,
¿'p'al nen un caramelé'?

Sólo El sabe la fecha,
nuestra memoria es flaca,
en que han de entrar en saca.

Unidos por la brecha,
caminan burlando el yeso,
como los labios el beso
de la muerte maltrecha.

EPITAFIO POSTUMO

Al caer la sombra del sueño eterno,
arrebatando de ambos la vida
(sucedió todo en poco tiempo,
atravesado su amor por la herida
que los puso en remojo),

marchó el uno en pos del otro
siguiendo el rastro del cojo,
sueños caídos del potro,
como Quijote tras Dulcinea;
en el bacín cayendo la gotera
de sus pasiones como la tea,
como mecha que arde en la cera
de los placeres del dulce amor.

Sus almas buscaban la flor,
en sus mejillas lágrimas con lazos,
la mirada del ocaso en los ojos,
sus brazos buscando sus brazos;
lívidos sus labios, nada rojos,

delatores del último aliento,
por sus barrotes desdentados,
en el parpadeo de un momento.

Eran dos luceros enamorados
surcando la galaxia sin techo,
viajando por los caminos sin asfalto,
muertos por la guadaña del lecho,
de una punzada, sin sobresalto.

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